
02 Ago Mi grupoanalista y mi psicodramatista
Mi grupoanalista y mi psicodramatista
Hago un repaso a los puntos que considero fundamentales del abordaje del trabajo con grupos desde el punto de vista del grupoanálisis y desde el punto de vista del psicodrama. Me he formado sucesivamente en los dos enfoques. Eso me ha llevado a un eterno diálogo interno entre las dos formas de intervención que son diferentes. Termino con unas reflexiones acerca del papel de lo recibido y aprendido y de la innovación en nuestro campo de la psicoterapia y la psicoterapia de grupo.
Mi Grupoanálisis
Me formé en grupoanálisis por medio de grupo experiencial que duró cinco años. Aunque había elementos teóricos en ella, lo fundamental fue la parte experiencial. Esto ocurrió durante la fase de mi especialización en psiquiatría. De eso hace ya más de treinta años. Hoy veo que hay más personas que atiendo en mi consulta privada en forma de terapia de grupo que en terapia individual. Su efecto ha sido fundamental. Dicho sea de paso, esta modalidad terapéutica valorada como más eficaz y económica que la individual es menos utilizada que ésta.
Posteriormente me formé en psicodrama que constituye el otro pilar de mi práctica profesional con grupos e individual.
¿Qué elementos me parecen clave de lo que yo considero grupoanálisis?
¿Cómo se han quedado conmigo en mi práctica grupal?
Al hablar de grupoanálisis incluyo elementos de psicoanálisis.
El inconsciente
No termino de sentirme fascinado por la omnipotencia de lo inconsciente. Está cada día en mi trabajo.
El pensamiento grupal
La conceptualización del grupo como un todo emocional es un concepto brillante y necesario en una cultura que hace énfasis en la individualidad (Foulkes, 1973). Nos permite abordar emociones que está viviendo el grupo como un todo. Sin ese concepto nos perderíamos los elementos fundamentales de lo que nos pasa como grupo. Este potente concepto ha llevado a algunos profesionales a hacer interpretaciones o devoluciones solo al grupo y no a los individuos que lo componen. Creo que, si solo hacemos interpretaciones al grupo, perdemos muchísima capacidad terapéutica. El otro extremo sería el que hiciéramos terapia “en” grupo, abordando por turno los problemas individuales de cada miembro. Perderíamos casi todas las posibilidades del recurso terapéutico grupal. Abordado a nivel colectivo, como inconsciente colectivo nos da muchísimas posibilidades para entender los movimientos macrogrupales y sociales. Algo fundamentar en estos tiempos de globalización.
El emergente grupal
Cuando alguien hace una observación en grupo, se puede leer como un emergente, un mensaje de lo que está viviendo el grupo como un todo, o un subgrupo de éste. Eso no invalida la lectura que se haga del significado individual que tiene esa observación en la persona que lo hace. Son planos complementarios. El coordinador no acostumbrado a la visión de lo grupal hará solo lecturas individuales de lo que dice un miembro.
La interpretación de las resistencias
Las resistencias constituyen todas las fueras que se oponen al cambio al avance de la comprensión, al compartir los pensamientos o sentimientos vergonzantes, etc. Aquí el terapeuta se queda frecuentemente solo en su tarea de interpretar como una resistencia una ausencia o retraso en una sesión, cuando además se esgrimen debe tener siempre muy en cuenta como están jugando las resistencias en cada momento.
El "aquí y ahora"
Consiste en el abordaje de lo que está pasando en el grupo en cada momento a nivel emocional y de interacciones. Algo aparentemente sencillo, tiene una enorme capacidad de revelación de conflictos. Y es absolutamente “políticamente incorrecto” puesto que en los grupos sociales se evita cuidadosamente el abordaje de este plano. Será muchas veces el coordinador el que tenga que invitar a abordarlo. El “aquí y ahora” no trae al allí y entonces. Curiosamente el psicodrama también aborda el “aquí y ahora” pero de otra forma. Cuando representamos una escena lo hacemos invariablemente yéndonos a un tiempo que ya pasó, pero pasando a vivirlo en presente, en “aquí y ahora”. Eso hace recuperar emociones que quedaron encapsuladas entonces.
La discusión libre
En la discusión de flujo libre (Foulkes, 2007), el grupo va hablando libremente sin una temática preestablecida. Permite aparecer los elementos inconscientes grupales. Esto lo matizo en otro punto.
La neutralidad terapéutica
No sé hasta qué punto en grupoanálisis hoy, se defiende la posición de neutralidad terapéutica. La neutralidad terapéutica se relaciona mucho con la opacidad. Evidentemente no somos neutrales dentro de nosotros y negarlo puede constituir un problema. Dado esto, podemos hablar de la opacidad como bloqueo la salida al exterior de lo que sentimos.
La mayor parte de la comunicación, según los expertos, se vehiculiza de forma no verbal o paraverbal (entonaciones y otros matices sonoros de la comunicación verbal). El silencio no preserva la opacidad. Sobre este delicado tema Yalom (1986) nos regala un capítulo acerca del dilema entre transferencia y transparencia del coordinador de grupos. .
En un principio la opacidad terapéutica facilita las proyecciones transferenciales de los participantes del grupo en el terapeuta (Foulkes, 2007). El terapeuta debe de mantener sus convicciones personales aparte del grupo, así como muchas de sus respuestas emocionales. Su tarea consiste en ayudar al grupo y toda manifestación emocional debe de ser hecha porque ésta ayuda al grupo en su tarea. .
Cuando comenzamos nuestra formación esa opacidad del terapeuta puede extenderse hacia la inacción como forma de protegernos ante nuestra inseguridad. En la misma delicada línea se encuentra la postura de responsabilizar totalmente al grupo de la sesión, absteniéndose el coordinador de las intervenciones clave que llevarían al grupo hacia los objetivos que lo convocan. La técnica grupoanalítica nos puede hacer correr el riesgo de pasar a ser observadores curiosos de los fenómenos grupales, dejando al grupo sumido en sus avances y resistencias. Considero que debemos hacer intervenciones vigorosas ante las resistencias grupales. Nos toca frecuentemente quedarnos solos en esas confrontaciones. Nuestra postura es muy ambigua. Por un lado, debemos ser claros explicitando resistencias. Por el otro, debemos respetar estas como lícitas y provenientes de necesidades de autoprotección. Frecuentemente me ocurre que el validar la resistencia como legítima, después de explicitarla, puede hacer que esta se supere. .
No somos neutrales. Trabajamos con una materia invisible y siempre estamos, y debemos estar, preguntándonos si lo estamos haciendo bien, si estamos dado el toque adecuado a las complejas situaciones que nos plantean los grupos. Las resistencias grupales, el no profundizar, nos puede hacer sentir que lo estamos haciendo mal. Podemos ponernos a depender de que el grupo trabaje bien para valorar positivamente nuestro trabajo. Además, si estamos en un contexto privado, y son nuestros ingresos, el que profundicen nos indica que el grupo no se disolverá por ineficaz y que seguiremos teniendo esos ingresos. En otros contextos es el prestigio el que nos jugamos. .
En mi experiencia, cada vez que he compartido algo personal con el grupo, este lo ha agradecido y ha aumentado la cohesión grupal. Yalom nos habla del dilema transferencia versus transparencia (1986). Lo he utilizado siempre para lograr los objetivos grupales y no para satisfacer mis necesidades emocionales. Por ejemplo, para hacerles ver que no soy un “supersano” ante enfermos mentales y que vivo conflictos como ellos. Les puedo invitar a imaginar que problemas tengo, que les dice su intuición, su “tele” moreniana (Rodriguez, 1997). .
No les oculto que les sirve tanto para ver elementos reales de mi malestar personal, como que dice de ellos que vean eso en mí (el elemento proyectivo). Eso toca el manejo de la transferencia. Todo lo que ve un paciente en nosotros no es necesariamente transferencial o proyectado desde su propia vida. También está muchas veces tocando nuestros puntos emocionales sensibles. Un ejemplo personal al respecto. Un paciente habló de mi soledad recientemente. Eso me conmovió y me hizo sentir desnudo ante el grupo. Me constó lo mío encajarlo y poder hacer sitio a que también estaba hablando de la suya para ayudarle a explorarla. Nuestras resistencias pueden hacernos considerar como transferencial y proyectado lo que también es nuestro. .
Siempre ha sido para mí una cuestión a revisar el grado en el que los grupoanalistas eludimos nuestra responsabilidad de intervenir, dejándola toda al grupo. En ese sentido tengo en revisión abierta desde hace mucho tiempo la conducción de los grupos grandes en los congresos de las asociaciones nacionales e internacionales de profesionales que trabajan con grupos. Esas experiencias grupales en que se incluyen a una gran parte de los participantes de los congresos pueden agrupar a más de cien personas. En algunas experiencias estas han sido gratificantes y cohesivas. Pero en otras, han sido hostiles y traumatizantes, antigrupos realmente. .
El, o los coordinadores, se han dedicado pasivamente a tomar nota de los elementos defensivos y de hostilidad, no asumiendo ninguna responsabilidad en la creación de la cohesión grupal y en la creación de un clima de confianza. Yalom (2018) nos habla de la creación de un clima grupal como principal tarea: “confrontando enérgicamente … la utilización de la autorrevelación para el ataque en un momento de conflicto”. No comparto ese modelo de coordinador que no asume la responsabilidad de crear un clima y confrontar las conductas anticohesivas. El rol de coordinador tiene una responsabilidad. Puede no ser fácil asumir ese rol entre tantos participantes que en otro momento de su vida también son coordinadores. En esas ocasiones, parece como si los expertos en grupos renunciáramos a aplicar nuestros conocimientos. .
En otras ocasiones he sentido la cohesión, la “koinonía” de Pat de Maré (1991) cuando abordaba sus grupos medianos.
El silencio
Este es un tema muy relacionado con la neutralidad y la opacidad. El silencio del coordinador es un enorme y valiosísimo recurso (Foulkes y Anthony, 2007). Permite resituar la responsabilidad de los participantes del grupo en el desarrollo de éste. La primera inclinación de todo grupo es la de esperar que el coordinador marque el camino, de las pautas de participación, sugiera el tema. El silencio inicial confronta a sus miembros con su responsabilidad de hablar y de implicarse. El silencio confronta al coordinador con sus fantasías de entrar en un rol de “salvador” y lo devuelve un poco a su auténtico rol, menos omnipotente.
El silencio puede evocar mucha agresividad contra el coordinador y facilitar un trabajo en base a lo que se ha proyectado en él, en base a la transferencia.
Pero el silencio como todo recurso, tiene sus excesos y sus problemas de exceso. El silencio puede levantar mucha angustia de forma que paralice el proceso grupal. El primer peligro puede ser el de caer en una lucha de poder: “a ver quién aguanta más”. Cuando llegamos a esto ya no estamos en el campo de la colaboración sino en el de la competición. Es aceptable que el grupo adopte esta postura, pero no que la adopte el conductor. El grupo no está para medirnos con él.
No hay dos silencios iguales. Cuando en un contexto de terapia individual siento que se está produciendo un silencio estéril, procuro hablar de éste, plantear como es, preguntar a que se parece, donde se siente, que sensaciones corporales lo acompañan, etc. Aludo a lo que mi intuición me lleva a sentir que está pasando en ese silencio. También a lo duro que puede estar siendo el silencio, empatizando con lo que intuyo se está sintiendo. En grupo procuro dar una interpretación del por qué el grupo está en silencio. A veces el silencio es el más potente de los mensajes grupales. Si el grupo es nuevo y va a ser de corta duración, suelo evitar el silencio inicial y me manejo con un rol más directivo. Entiendo que no van a tener tiempo para comprender su sentido y puede hacer que la tarea sea estéril.
